Convocar no es simplemente invitar. Para quienes asumimos el reto de construir una agenda política desde la ciudadanía, la convocatoria es el primer gesto político de nuestro liderazgo. Es el momento en que declaramos, con acciones concretas, quiénes creemos que deben estar en la conversación, cómo les queremos hablar y para qué queremos que participen. Una convocatoria bien pensada es el primer paso para demostrar que nuestro proyecto político no solo busca votos, sino que desea representar de forma real y comprometida.
En contextos donde la desconfianza en la política es alta, y donde muchas personas han sido históricamente excluidas de los espacios de decisión, el modo en que convocamos habla más fuerte que nuestros discursos. ¿Reproducimos las lógicas tradicionales que concentran la participación en los mismos sectores de siempre? ¿O diseñamos estrategias que permiten que nuevas voces se sientan llamadas a construir junto a nosotros?
Convocar políticamente exige hacer un trabajo territorial y segmentado. No es lo mismo llamar a participar a una organización barrial en una ciudad capital que a una comunidad rural en un corregimiento. Hay cosas que sirven en zonas rurales y urbanas, cómo ciertas redes sociales y aplicaciones de mensajería como Facebook y Whatsapp, hay que identificarlas. Pero también hay cosas que pueden ser más eficaces en zonas urbanas como transmisiones en vivo, o en zonas rurales o de baja conectividad, emisoras comunitarias, carteles o perifoneo con altavoz. La clave está en usar los medios que ya hacen parte de la vida cotidiana de la comunidad.
Pero no se trata solo de “por dónde” se invita, sino también de “qué se dice” y “cómo se dice”. Un error común en las convocatorias políticas es utilizar un lenguaje tecnocrático o genérico, que termina alejando en lugar de acercar. La claridad es política: explicar qué tipo de espacio es, qué se espera de quienes asisten, qué impacto pueden tener sus aportes y cómo se cuidarán sus tiempos y condiciones de participación. Si no hay claridad, la gente llega sin saber a qué va, se frustra o se siente utilizada.
Además, es clave anticipar y garantizar condiciones materiales para la participación: ¿La convocatoria incluye información sobre transporte, cuidado de niños, alimentación, horarios accesibles? ¿Hay ajustes razonables para personas con discapacidad o personas que no hablan español como lengua principal? La convocatoria debe incluir las condiciones para que la participación sea real, no simbólica.
En esta etapa también se juegan decisiones sobre la diversidad y el pluralismo. ¿Estamos convocando a quienes piensan diferente? ¿Estamos dispuestos a incomodarnos con agendas que no son las nuestras? Una convocatoria democrática no puede ser una reunión de quienes ya están convencidos. Una agenda construida solo con los propios corre el riesgo de no representar a nadie más.
Finalmente, no hay que olvidar que la convocatoria es una práctica política en sí misma, no solo logística. Es el primer momento en que se pone a prueba nuestro discurso sobre participación, inclusión y democracia. Si no se convoca bien, el resto del proceso participativo comienza cojo: llegarán menos personas, menos diversas, menos comprometidas.
Por eso, un liderazgo político que aspira a construir con la ciudadanía debe ver la convocatoria como el acto inaugural de una relación política distinta. Una relación que parte de la escucha, que distribuye el poder desde el principio y que reconoce que representar no es hablar por los otros, sino hablar con ellos y a partir de ellos.
Preguntas clave que sí o sí debes hacerte antes de convocar:
- ¿A quiénes estoy convocando y por qué? ¿Estoy incluyendo a quienes generalmente se quedan por fuera?
- ¿Estoy usando los canales de comunicación que la comunidad realmente utiliza?¿WhatsApp, radio, voz a voz, carteles, redes sociales, perifoneo?
- ¿Mi mensaje está escrito en un lenguaje claro y cercano? ¿Evito tecnicismos? ¿Dejo claro el propósito del espacio?
- ¿He explicado qué se espera de quienes participen y cuál será el impacto de sus aportes?
- ¿Incluí toda la información logística necesaria en la convocatoria? (Lugar, hora, duración, alimentación, transporte, posibilidad de conectividad, etc.)
- ¿Estoy contemplando ajustes razonables para personas con discapacidad, personas cuidadoras, hablantes de otras lenguas, etc.?
- ¿La convocatoria garantiza la diversidad de voces y opiniones? ¿O solo atraerá a los ya convencidos?
- ¿Estoy dispuesto a adaptar mi mensaje o metodología si veo que no está funcionando o no llega a quienes quiero convocar?
Si alguna de estas preguntas no tiene una respuesta clara o afirmativa, detente, ajusta y vuelve a convocar. Una buena convocatoria no solo garantiza asistencia: funda desde el primer momento una práctica política democrática.
Autor:
Santiago Velasco Gordillo, Historiador y Politólogo de la Universidad de los Andes. Coordinador territorial Nodo Centro en Extituto de Política Abierta.